El sueño de la mariposa
26 jueves May 2016
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in26 jueves May 2016
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in25 miércoles May 2016
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inPublicado por: Z. B. Ortiz Nieto
Soñante: Wilhelm Dilthey
Fuente: Dilthey, Wilhelm. , 1990. Teoría de las Concepciones del Mundo. Primera ed. México: Editorial Patria.
Contexto: (Redactado por Dilthey) En una clara tarde de verano había llegado yo al castillo de mi amigo en Klein-Oels. Y, como siempre ocurría entre él y yo, nuestra conversación filosófica se prolongó hasta ya entrada la noche. Todavía resonaba en mí cuando me desnudaba en el dormitorio que de antiguo me era familiar. Permanecía aún largo rato, como tantas veces, ante el bello grabado de la Escuela de Atenas de Volpato, que estaba encima de mi cama. Gozaba yo aquella noche muy especialmente cómo el espíritu armonioso del divino Rafael ha suavizado la disputa de los sistemas que se combaten a vida o muerte en un apacible coloquio. Sobre estas figuras, ligeramente vueltas unas hacia otras, se extiende el espíritu de paz que por primera vez en el crepúsculo de la cultura antigua se esforzó por conciliar la enérgica oposición de los sistemas, y que después, en el Renacimiento, actuaba también en los más nobles espíritus.
Sueño:
Rendido de cansancio como estaba, me acosté. Me dormí en seguida. E inmediatamente un agitado sueño se apoderó del cuadro de Rafael y de los coloquios que habíamos tenido. En él se convirtieron en realidades las figuras de los filósofos. Y desde muy lejos veía yo por la izquierda acercarse al templo de los filósofos una larga fila de hombres vestidos con los variados trajes de los siglos sucesivos. Siempre que pasaba uno junto a mí y volvía hacia mí su rostro, me esforzaba por reconocerlo: Era Bruno, Descartes, Leibniz, tantos otros, como me los había imaginado por sus retratos. Subieron las escaleras. Conforme se agrupaban, desaparecían los límites del templo. En un amplio campo se mezclaron entre las figuras de los filósofos griegos. Y entonces sucedió algo que me asombró incluso en mi sueño.
Como impulsados por una fuerza interior, tendían unos hacia otros, para reunirse en un grupo. Primero se dirigía el movimiento hacia la derecha, donde el matemático Arquímedes traza sus círculos y se puede reconocer al astrónomo Ptolomeo por el globo terráqueo que lleva. Luego se reúnen los pensadores, que fundan su explicación del mundo en la firme naturaleza física universal, que avanzan, por tanto, de abajo a arriba, que quieren encontrar, partiendo de la conexión de leyes naturales mutuamente dependientes, una explicación causal unitaria del universo, y subordinan así el espíritu a la naturaleza, o bien se resignan a reducir nuestro saber a lo que puede conocerse por el método de las ciencias naturales. En el grupo de estos materialistas y positivistas reconocí también a d’ Alembert por sus rasgos finos y la irónica sonrisa
de su boca, que parecía burlarse de los sueños de los metafísicos. Y vi también allí a Comte, el sistemático de esa filosofía positiva, a quien escuchaba respetuosamente un círculo de pensadores de todas las naciones.
Y luego se agolpaba otro grupo hacia el centro, donde se encontraban Sócrates y la noble figura de anciano del divino Platón: los dos que han Intentado fundar en la conciencia de Dios en el hombre el saber acerca de un orden universal suprasensible. También vi allí a San Agustín
con su corazón apasionado en busca de Dios, en torno al cual se habían reunido muchos teólogos especulativos. Oía yo su conversación en la cual . tendían a unir el idealismo de la personalidad, que es el alma del cristianismo, con las doctrinas de aquellos venerables antiguos.
Y entonces se separó del grupo de los investigadores matemáticos de la naturaleza Descartes, una figura delicada y frágil, como consumida por la potencia del pensamiento, y fue atraído como por una fuerza interior hacia esos idealistas de la libertad y de la personalidad. Pero luego se abrió el círculo entero, cuando se acercó la figura ligeramente encorvada, de miembros delgados, de Kant, con tricornio y bastón, las facciones como petrificadas en la tensión del pensamiento: el gran filósofo que ha elevado el idealismo de la libertad a la conciencia crítica y lo ha conciliado así con las ciencias experimentales. Y frente al maestro Kant subió las escaleras con paso aún juvenil una esplendorosa figura, con noble cabeza, pensatívamente inclinada, en cuyos melancólicos rasgos se mezclan el pensamiento profundo y la mirada poética idealizadora con el presentimiento de un destino que se abate sobre él: el poeta del idealismo de la libertad, nuestro Schiller. Ya se aproximaban Fichte y Carlyle. Ranke, Guizot y otros grandes historiadores me parecían escuchar a estos dos. Pero sentí un extraño escalofrío cuando vi junto a ellos a un amigo de mis años mozos, Enrique von Treitschke.
Apenas se habían reunido éstos cuando también a la izquierda se agruparon pensadores de todas la naciones en torno a Pitágoras y Heráclito, que vieron por primera vez la divina armonía del universo. Era curioso ver -de acuerdo como en sus tiempos juveniles y con la fuerza de la mocedad- a los dos grandes pensadores suabos de nuestra nación, Schelling y Hegel. Todos ellos, los heraldos de una fuerza divina espiritual difundida por todas partes en el universo, que reside en cada cosa y en cada persona y actúa en todo según las leyes naturales, de tal modo, que fuera de ella no hay ningún orden trascendente ni ningún reducto de la libertad de elección. Todos estos pensadores me parecían ocultar bajo sus rostros meditabundos al mas poéticas. Se produjo entre ellos un impetuoso movimiento de avance, cuando al fin se acerco con paso mesurado una figura majestuosa de paso severo, casi rígido; me sobrecogió el respeto cuando vi los grandes ojos, brillantes como soles, y la apolínea cabeza de Goethe; era de edad madura, y todas las figuras,
Fausto y Wilhelm Meister, Ifigenia y el Tasso, parecían cernerse en torno suyo: todas sus grandes ideas sobre las leyes de formación, que alcanzan de la naturaleza a la creación humana.
Y entre esas figuras máximas estaban y se movían inquietamente otras aisladas. Parecían querer mediar en vano entre la penosa renuncia del positivismo a todos los enigmas vitales y la metafísica, entre una conexión que lo determinara todo y la libertad de la persona.
Pero en vano corrían afanosamente los mediadores de acá para allá entre esos grupos; la distancia que separaba a éstos crecía por segundos; entonces desapareció el suelo mismo entre ellos, pereció separarlos una tremenda lejanía hostil; me sobrecogió una extraña angustia: la filosofía parecía existir tres veces o acaso más aún; la unidas de mi propio ser parecía desgarrarse, pues me sentía afanosamente atraído tan pronto a este grupo como a aquél, y me esforzaba por afirmarlo. Y entre estos afanes de mis pensamientos, el velo del sueño se hizo más sutil, más leve, las figuras del ensueño palidecieron y me desperté.
13 miércoles Abr 2016
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inPublicado por: Herrera Gutiérrez Cybil
Fuente: (Eustaquio Wilde, «Un otoño en Pekín», 1902.) Libro de sueños, Jorge Luis Borges
Contexto:Por último, lo invadió la lasitud. Tenía ya setenta y tres, era en el verano (479 a.C) y había comprendido muy bien el significado de su sueño. Pidió que avisaran a Tse-Kong, el último de sus grandes discípulos. Tse-Kong acudió presuroso y halló que Kong-tse, más que recibirlo lo despedía.
Sueño: El maestro le dijo:
-Soñé que estaba sentado, recibiendo las libaciones. Me encontraba entre dos columnas. Los de la dinastía Sia, como si todavía reinaran en palacio, exponían sus muertos sobre la escalera oriental; los de la dinastía Tcheu los exponían sobre la escalera occidental, la que se ofrece a los huéspedes; los de la dinastía In los exponían entre dos columnas: no había allí dueños ni huéspedes. Desciendo de los soberanos In: sin duda, voy a morir. Es bueno que así sea, pues ya no queda príncipe inteligente que pueda servirse de mí.
Pocos días después murió, en el año décimosexto de Ngae-Kong de Lu, cuadragésimo primero de Tsing- oang de los Tcheu.
Comentario:
Este pequeño relato retrata un sueño profético que cobra aún más sentido con la figura de Confucio como soñante, un sueño que sin duda alguna reclama el poder de la intuición que sólo puede ser captada en momentos específicos y momentáneos. El sueño no pronuncia literalmente su muerte, sólo a través de la propia interpretación del soñante se llega a esa conclusión. Este sueño trata de retratar la sabiduría de un hombre en el arte onirocrítico.
11 lunes Abr 2016
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inPublicado por Jorge Paz Pérez
Soñante: Theodor Adorno
Fuente: Adorno, Theodor, [trad. de Alfredo Brotons], Sueños, Madrid, Akal, 2008, pp. 8-9.
Fecha: 1937
Contexto: En 1932, Adorno ingresa a un instituto de aspiración marxista en Alemania, pero deja el puesto y a su vez la nación debido al nacismo para irse a Oxford. En 1938 decide irse a Nueva York.
Sueño: Se desarrollaba en un escenario extraordinariamente grande, que no tanto representaba un paisaje como más bien era uno auténtico: pequeñas rocas y mucha vegetación, como por ejemplo en las montañas que llevan a los pastos alpinos. Sigfrido cruzaba a buen paso este paisaje teatral hacia el fondo, acompañado por alguien de quien ya no me acuerdo. Su vestimenta era a medias la mítica, a medias moderna, quizá como si estuviera ensayando. Finalmente encontró a su antagonista, una figura en atuendo de montar: traje de lino gris verdoso, pantalones de montar y botas marrones de caña alta. Entabló con él una pelea que se notaba claramente que no iba en serio y que esencialmente consistía en dar la vuelta, como en la lucha, a su oponente, que ya estaba tumbado en tierra y al que aquello parecía gustarle. Sigfrido no tardó en conseguir ponerlo con los dos hombros tocando el suelo, y, o fue declarado o se declaró perdedor. Pero, inesperadamente, Sigfrido sacó una pequeña daga del bolsillo de su chaqueta, donde la llevaba como una pluma estilográfica con una pequeña pinza. Como jugando, lanzó desde muy cerca la daga contra el pecho de su oponente. Éste empezó a lanzar fuertes gemidos y se hizo evidente que se trataba de una mujer. Escapó con rapidez, diciendo que ahora tendría que morir sola en su pequeña casita, lo cual era lo más difícil de todo. Desapareció en un edificio parecido a los de la colonia de los artistas en Darmstadt. Sigfrido envió a su acompañante tras ella con la instrucción de apoderarse de sus tesoros. Entonces apareció Brunhilda al fondo, con figura de la Estatua de la Libertad de Nueva York. En el tono de una esposa gruñona, gritó: “Quiero un anillo, quiero un bonito anillo, no te olvides de quitarle el anillo”. Así es como Sigfrido consiguió el anillo del nibelungo.
08 viernes Abr 2016
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in
Publicado por Daniela Jiménez
Soñante: Theodor W. Adorno
Fuente: Theodor W. Adorno. Sueños. tr. de Alfredo Brotons. Madrid Akal, 2008
Contexto: El filósofo alemán Theodor Adorno recopila entre 1963 y 1969 el año que falleció, una serie de narraciones oníricas que no son publicadas si no hasta después de su muerte. Rolf Tiedemann la incorporó al vigésimo volumen de las Obras completas. En «Sueños» encontramos un diario de sueños que el filosofo recolecta a lo largo de su vida, en donde refleja la importancia que le otorga a la actividad inconsciente.
Sueño: «Yo me hallaba abordo en un barco asaltado por piratas. Estos subían por el costado, entre ellos había también mujeres. Pero mi deseo hizo que fueran derrotados. En cualquier caso, su destino se decidió en la siguiente escena. Había que matarlos a todos: fusilarlos y arrojarlos al agua. Yo me opuse, pero no por humanitarismo. Era una pena que se matara a las mujeres sin haber disfrutado de ellas. Me dieron la razón. Me dirigí al lugar -la sala de reuniones de techo bajo en un vapor de tamaño medio- donde se tenìa presos a los piratas. Estaban sentados en un silencio prehistóricos. Los ropas de los hombres, fuertemente encadenados, eran anticuadas. En la mesa había pistolas cargadas delante de cada uno. las novias, quizá cinco, llevaban trajes modernos de dos de ellas me acuerdo muy bien. Una era alemana. correspondía plenamente al concepto de fulana, con un vestido rojo, rubia oxigenada como una camarera de bar, algo rellenita pero bastante mona, con el perfil un poco ovejuno. La otra era una encantadora jovencita mulata, muy sencillamente ataviada con un vestido de lana parda, como se ven en Harlem. las mujeres pasaron a una estancia contigua y yo les dije que se desnudaran. obedecieron, la fulana enseguida. Sólo la mulata se nego. » This is the style of the institute» dijo, «Not the circus style». cuando le pregunté que quería decir, me explicó que el mundo del circo, al que ella pertenecía, el cuerpo era algo tan neutro que nadie se interesaba por la desnudez. en mi entorno era otra cosa. pero eso mi hermana (=L) no dejaba pasar ninguna oportunidad de enseñar todo lo posible.»
COMENTARIO: El inventario de sueños que Adorno conservo durante su vida no tuvo como finalidad hacer alguna interpretación teórica de ellos. Es evidente que en las narraciones de sueños no sólo encontramos la personalidad del soñante, su modo de actuar y solucionar problemas oníricos. Parece que en varios de sus sueños la voluntad que el ejerce al llegar a realizar la acción deseada deja claro que los sueños no son un suceso de imagenes completamente absurdas e incoherentes. Los sueños son un tema que la ciencia no a buceado suficientemente, el material onírico, sigue siendo un enigma que deja incompleto al conocimiento que se tiene sobre la mente humana.
08 viernes Abr 2016
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inPublicado por Nelia Carter Pinzón.
Soñante: Theodor Adorno.
Fuente: Adorno, W. Theodor. Sueños, traducción de Alfredo Brotons. Madrid, Akal, 2008. p. 38.
Contexto: Los Ángeles, 20 de enero de 1945.
Notas del traductor.
-Maidon – Maidon Horkheimer, esposa de Max Horkheimer.
-Aufbau: fundado en 1934 como boletín del Club Judío-Alemán de Nueva York, durante todo el resto del siglo XX fue el periódico más importante entre los emigrados alemanes en los Estados Unidos y un foro decisivo para el diálogo entre los Estados Unidos, Europa e Israel. En él colaboraron, entre otros, Thomas Mann, Albert Einstein, Stefan Zweig y Hannah Arendt. En 1942, publicó los primeros sueños de Adorno. Durante la Segunda Guerra Mundial fue el primer y único periódico que informó sobre las atrocidades del Holocausto. Hoy día sobrevive, pero como publicación mensual y con financiación alemana.
-Adolphe Menjou (1890-1963): Actor de cine estadounidense. Especializado en comedias de ambiente sofisticado, de su etapa muda se recuerda sobre todo su actuación en Una mujer de París (1923) de Charles Chaplin; de la sonora, una de sus últimas apariciones fue en Senderos de gloria (1957) de Stanley Kubrick. Curiosamente, sus ideas políticas decididamente conservadoras le llevaron durante los años cincuenta a una colaboración activa en la «casa de brujas» del señor McCarthy.
-Anatole France (1844-1824): Escritor francés. Sus inicios literarios se inscriben en la literatura parnasiana, aunque sus primeros éxitos fueron novelísticos. Ejerció asiduamente la crítica literaria en prensa. Pasó del escepticismo político a posturas claramente progresistas. Sus principales características son la sujeción del relato a los símbolos ideológicos, el cuidado formal y la ironía y la sutileza intelectuales.
De nuevo un sueño de burdel. Transcurría en París pero el inmueble era del tamaño de un rascacielos de Nueva York, algo así como el edificio de la RCA. Yo me encontraba en una muy concurrida fiesta de hombres y mujeres. Además de Gretel – de cuya presencia yo sabía sin verla -, también estaban mi madre y Maidon. Nos montamos en un gigantesco ascensor expreso. Subió a toda velocidad sin detenerse durante un buen rato; por lo menos debimos de parar en la planta 60, pero se habían tomado muchas precauciones para que nadie pudiera identificar el número de la planta. Durante el viaje me llamó la atención la guapa chica judía, morena y de buena figura, que pilotaba el ascensor. Le pregunté si no frecuentaba el burdel,. Cortés pero muy decidida respondió que ella nunca había estado allí, era muy recatada y en general llevaba una vida muy estricta. «Algo así no puede hacerse de otro modo. »– La planta en que paramos daba la impresión de ser inmensa, aunque también me recordaba a una pensión berlinesa. A través de una serie de antesalas, llegamos a un gran salón de recepciones . Estaba decorado en color amarillo, de manera muy elegante y decente, cuando se lo hice observar a mi madre, ella dijo algo muy indolente, en el estilo de una dama de mundo: no era nada especial, de joven ella había visto muchos sitios como aquél. Por lo demás, el conjunto de personas que allí se hallaba, por el momento algo disperso, parecía estar todavía esperando a los que faltaban como en una visita con guía. Cerca de mi madre estaba sentada una mujer vestida muy puritanamente y de mirada fija, del tipo de la señora K. M. Era la dueña del burdel, mi madre dijo en voz alta que la conocía muy bien, sin ser a su vez reconocida por ella. Ya en su juventud, la familia de aquella infame mujer había tenido muy mala reputación. Al cabo de un rato, otra mujer perteneciente a la casa tomó la palabra para pronunciar un discurso de bienvenida. Era alta, vestida de negro (con cuello y puños blancos) y llevaba el maquillaje algo corrido. Se parecía a la dueña de la pensión de mis padres, la señora Fischer. Explicó que el principio rector de su casa era que los huéspedes se entretuvieran a sí mismos. Cada cual podía contribuir con algo: había incluso un estupendo piano de cola. Todo estaba tan organizado que a cada huésped se le había provisto de una campanilla: quien quisiera que otra persona lo tocara, debía hacerla sonar junto a ella. Sólo quería prevenirnos contra el desorden: si todos intervenían a la vez, se produciría fácilmente un ruido insoportable que fasridiaría a todo el mundo. Luego pasó a hablar sobre Heidegger: quizá recomendó la lectura de sus escritos. En un grupo de jóvenes judíos empleados en el sector textil o lectores del Aufbau, se produjo una tormenta de indignación. Era una impertinencia pedirles en un lugar como aquél una lectura tan difícil y fatigosa. Como signo de airada protesta en el estilo del alma exaltada del pueblo, el grupo abandonó aquel puticlub. Entonces la fiesta se convirtió en una especie de ronda de inspección del edificio. Primero llegamos a un patio dispuesto como una cafetería, donde las mesitas y las sillas desprendían destellos metálicos. A partir de entonces, toda luz sería siempre artificial. Maidon anunció que ella no seguía, que se quedaba allí, y se sentó en una mesita con mi madre y algunas personas más.
Un par de damas de la casa, guapas pero de luto riguroso, se les reunieron. A mí me perseguido un camarero muy impertinente, que no dejaba de repetir:« Vos prenez un seltzer, Monsieur, vous prenez un seltzer» [«Tómese un agua de Seltz, señor, tómese un agua de Seltz» LO ] (la mujer que antes había tomado la palabra también habló primero en francés, pero luego se había pasado al alemán, quizá al descubrir que la fiesta estaba compuesta en su mayoría por emigrantes). Yo me volví un proxeneta que estaba allí empleado y que se parecía a Adolphe Menjou, y le pregunté si no iba a haber un desfile de chicas a fin de poder elegir. Respondió que aquélla era una sugerencia que ya se había formulado muchas veces… la más reciente, por el señor doctor M. Pero en su casa cada cual tenía que arreglárselas por sí mismo. Entonces llegamos a la sección íntima. A lo que se parecía era a un coche-cama estadounidense. Un estrecho pasillo atravesaba los compartimentos los cuales, sin embargo, no tenían paredes sólidas, sino cortinas rojas con el aspecto de recién instaladas. Todos estaban ocupados y se oían conversaciones procedentes de muchos de ellos. Yo pensé con disgusto: «Aquí no hay más remedio que coger a la que quede libre por repulsiva que sea, y no hay libertad de expresión». Pero me sorprendió que los vestuarios parecieran más camerinos de teatro que dormitorios. Las cortinas estaban corridas sin más, no firmemente cerradas. Por precaución, miré a través de una rendija. No onde concluir si dentro había un hombre o no, sí vi a una mujer muy alta, totalmente vestida, con un abrigo fe pieles marrón oscuro, que estaba maquillándose de pie ante el espejo del vestuario. La misma imagen en el siguiente compartimento y en todos los que miré. Al final, de uno de ellos salió muy enfadado un anciano caballero francés, con una perilla a lo Anatole France, pero no dijo nada. En aquel momento cobre conciencia de que yo llevaba en la mano mi viejo, miserable y anticuado sombrero de artista. A elige eché la culpa del insatisfactorio desenlace desenlace de la aventura y me desperté.
07 jueves Abr 2016
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Publicado por: César Alonso Arguello Mendieta
Soñante: Friedrich Nietzsche
Fuente: Friedrich Nietzsche, De mi vida. Escritos biográficos de Juventud (1856-1869), versión electrónica.
Contexto: Unos meses antes de tener este sueño, el padre del pequeño Nietzsche cae enfermo y no logra sobrevivir. Ese acontecimiento marca a Nietzsche de gran manera, ya que lo consideraba el mejor padre del mundo y un ejemplo de la perfección de un clérigo rural.
Sueño:
Algunos meses después me aconteció una segunda desgracia, la cual yo ya había presentido en un sueño muy singular. Era como si de la cercana iglesia oyese los sordos sonidos del órgano. Sorprendido, abrí la ventana que da a la iglesia y al cementerio. La tumba de mi padre se abrió y de ella salió una blanca figura que desapareció en la iglesia. La música, tétrica y desagradable, subió de tono; la blanca figura apareció de nuevo llevando algo bajo el brazo que yo no pude reconocer con claridad. El túmulo se abre, la figura desaparece, calla el órgano; me despierto. A la mañana siguiente mi hermano pequeño, un niño vivaz e inteligente, sufre un ataque de convulsiones y muere al cabo de media hora. Se le enterró directamente en la tumba de mi padre.
07 jueves Abr 2016
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inPublicado Por: García Maldonado David Arturo
Soñante: Descartes
Fuente: Las maquinaciones de la noche, Editorial Sudamericana Buenos Aires, 1966.
Contexto: Descartes nos informa que el 10 de noviembre de 1619, se acostó lleno de entusiasmo y con la certidumbre de haber encontrado aquel día los fundamentos de la ciencia admirable; tuvo tres sueños consecutivos en la misma noche.
Sueños: 1) creyendo descartes que caminaba por las calles se vio obligado a inclinarse hacia la izquierda a fin de poder avanzar hacia el lugar adonde quería ir, dado que sentía una gran debilidad del lado derecho y que apenas podía sostenerse.
Avergonzado de tener que caminar de esa manera, hizo un esfuerzo por enderezarse, pero sintió un viento impetuoso que, envolviéndolo en una especia de torbellino, lo obligó a girar tres o cuatro veces sobre el pie izquierdo.
Pero no fue solo eso lo que lo atemorizo. Su dificultad en arrastrarse le hacía pensar que caería a cada paso, hasta que al ver un colegio abierto en su camino penetro buscando un descanso y un remedio a su mal. Trato de llegar a la iglesia del colegio y su primer pensamiento fue ir a rezar, pero se dio cuenta que había pasado un hombre conocido sin saludarlo y quiso volver sobre sus pasos para enseñarle buenas maneras, siendo rechazado violentamente por el viento que soplaba hacia la iglesia. Al mismo tiempo vio en medio del patio del colegio a otra persona que lo llamaba por su nombre con términos muy cumplidos y le pidió si quería buscar al señor N…, porque tenía algo para entregarle. Descartes imagino que sería un melón traído del extranjero. Pero lo que más lo sorprendió fue ver que los que estaban a su alrededor conversando junto con dicha persona estaban erguidos y firmemente parados, mientras él estaba siempre encorvado y vacilante en el mismo lugar, y que el viento que creyó que lo derribaría varias veces había disminuido mucho. Se despertó con este pensamiento y simultáneamente sintió un dolor real que le hizo temer que aquello fuese obra de algún mal genio que había querido hacerlo su víctima. Inmediatamente se volvió sobre el lado derecho pues antes se había dormido sobre el izquierdo y así había soñado; rogo a dios pidiéndole protección por las malas consecuencias de su sueño y que lo preservara de todas las desgracias que podían amenazarlo en castigo por sus pecados, que reconocía motivo suficiente para atraer los rayos del cielo sobre su cabeza; aunque hasta entonces hubiese llevado una vida bastante irreprochable a los ojos de los hombres.
2) en el sueño creyó oír un ruido agudo y restallante, que tomo por un trueno. El terror que se apodero de él lo despertó al instante.
3) en este sueño encontraba un libro sobre la mesa, desconociendo quien lo hubiese dejado allí. Lo habría y, al ver que era un diccionario, se alegraba con la esperanza de que pudiera serle muy útil. Simultáneamente se encontró con otro libro en la mano, que no le era menos nuevo, sin que supiera su origen. Vio que era una selección de poesías de distintos autores, titulada corpus poetarum etc. Sintió curiosidad y quiso leer algo: una vez abierto el libro dio con el verso Quod vitae sectabor in iter, en ese mismo momento distinguió a un hombre que no conocía, que le presento una obra de versos que comenzaba por est et non, ponderada como pieza excelente. Descartes le dijo que sabía de qué se trataba y que esta pieza estaba ente los Idylles de Ausone que figuraban en la voluminosa “Selección de poetas” que se hallaba sobre su mesa. Quizo mostrársela personalmente al hombre: comenzó a ojear el libro cuyo orden y economía se vanagloriaba de conocer perfectamente. Mientras buscaba la página el hombre preguntole de donde había tomado ese libro, y descartes le contesto que no podía decirle como lo había conseguido, pero que hacía solo un instante había tenido en sus manos otro que acababa de desaparecer, sin que supiese quien lo había traído ni quien había vuelto a llevárselo. No había concluido cuando vio reaparecer el libro en el otro extremo de la mesa. Pero comprobó que ese diccionario que ya no estaba entero tal como lo vio la primera vez. Entonces volvió a los poemas de Ausone en la “Selección de poetas” que ojeaba y, no pudiendo ya encontrar el poema que comienza por Est et non, dijo al hombre que conocía otro del mismo poeta, más bello aun que aquel y que comenzaba por Quod vitae sectabor iter la persona rogole que se lo mostrara y descartes se preocupó de buscarlo, cuando encontró diversos retratos gravados: esto lo impulso a decir que el libro era muy bello, pero que no se trataba de la misma impresión que el conocia. En eso estaba cuando los libros y el hombre desaparecieron y se borraron de su imaginación, sin despertarlo, sin embargo una observación singular es que, al dudar de si lo que acababa de ver era sueño o visión no solo decidió, mientras dormía que era un sueño, sino que también lo interpreto antes de despertar. Juzgo que el diccionario solo quería significar todas las ciencias reunidas y que la “Selección de poesías” titulada corpus poetarum, señalaba de particular y de manera muy distinta la filosofía y la sabiduría reunidas.
Descartes sigui interpretando su sueño mientras dormia y estimo que la pieza en verso sobre la incertidumbre del tipo de vida que debe elegirse y que comienza por cuot vitae secatabor iter señalaba el buen consejo de una persona sabia y hasta de la misma teología moral. Tras esto y en la duda de si soñaba o meditaba se despertó sin emoción y prosiguió con los ojos abiertos interpretando su sueño con el mismo concepto por los poetas reunidos en la selección. El interpretaba por la revelación y el entusiasmo por las que esperaba verse favorecido. La obra en verso en et non que es el sí y el no se Pitágoras era interpretada como la verdad y la falsedad de los conocimientos humanos y de las ciencia profanas.
07 jueves Abr 2016
Posted De gobernantes, de hombres, filosofxs
inPublicado por: César Alonso Arguello Mendieta
Soñante: Marco Tulio Cicerón
Fuente: Marco Tulio Cicerón, Sobre la República, Biblioteca Clásica Gredos, Ed. Planeta-deAgostini.
Sueño:
Cuando llegué a Africa, en donde, como es sabido, era tribuno de la Cuarta Legión, bajo las órdenes del cónsul Manius Manilus, nada deseaba tanto como encontrarme con Masinissa. monarca que por causas justas había sido muy amigo de nuestra familia. Cuando me presenté ante él, el anciano, tras haberme abrazado, lloró, y tras hacer una pausa miró al cielo y dijo: «Gracias te sean dadas a ti, oh Sol supremo, y a tus compañeros celestes, por haberme permitido, antes de partir de esta vida, contemplar en mi propio reino y bajo estos cielos a P. Cornelius Scipio, cuyo sólo nombre me reconforta: ¡Pues nunca se ha ido de mi alma el recuerdo de los mejores y más invencibles de los hombres!». Le pregunté entonces con respecto a los asuntos de su reino, y él a mí con respecto a nuestra república-, y así pasamos el día conferenciando por extenso. Tras regios entretenimientos, volvimos a conversar hasta bien entrada la noche, en la que el anciano sólo habló del viejo Scipio ( Africanus Major): recordaba todo sobre él, no sólo sus hazañas sino también sus dichos. Cuando nos separamos para retirarnos a descansar, por el viaje y nuestra conversación nocturna yo estaba más cansado de lo habitual. quedándome profundamente dormido. Tras lo cual (pues creo que ello surgió del tema de nuestra conversación, dado que a menudo sucede que nuestros pensamientos y conversaciones producen algún resultado en el sueño, como lo que Ennius relata que le sucedió a Homero, quien acostumbraba a hablar sobre ello y meditar en sus horas de vigilia) Africanus se me aparecio en una forma que reconoci más por su busto que por mi conocimiento del hombre mismo. Cuando le reconocí me eché a temblar; él, sin embargo, me dijo: «Ten valor y rechaza el miedo, oh Scipio; guarda en la memoria lo que voy a decirte». «¿Ves tú esa ciudad que, obligada por mí a someterse al pueblo romano, renueva sin embargo, incapaz de permanecer en paz, sus antiguas guerras? (Aquí me mostró Cartago desde un punto claro y brillante, lleno de estrellas, de las alturas celestes.) ¿Y el asalto al que tú vas, siendo un simple muchacho? En dos años a partir de ahora, tú derribarás como cónsul esa ciudad, y ese nombre hereditario, que hasta ahora tú tuviste de nosotros, te pertenecerá a ti por tus propios esfuerzos. Además, cuando Cartago haya sido arrasada por ti, llevarás a cabo tu Triunfo y serás nombrado censor; entonces como legado irás a Egipto, Siria, Asia y Grecia, siendo hecho cónsul una segunda vez durante tu ausencia, y llevando a cabo la mayor de las guerras, destruirás Numancia. Pero cuando seas llevado sobre el carro triunfal al Capitolio, encontrarás la república en confusión por la política de mi nieto. Aquí, oh Africano, será necesario que muestres a la tierra patria la luz de tu espíritu, tu genio y tu sabiduría; en este período de tu vida veo oscuramente el curso de tu destino, aunque cuando tu edad haya completado ocho veces siete circuitos y vueltas del sol, eso te llevará a la época fatal de tu vida por el circuito natural de estos dos números (cada uno de los cuales es perfecto, el uno por razón distinta al otro); ante ti sólo y ante tu nombre todo el estado girará; a ti, corno senador, todas las buenas gentes, los aliados de los latinos y los propios latinos, acudirán; en ti descansará la salvación de todo el estado, y a menos que caiga sobre ti la mala fortuna, a ti, como dictador, te corresponde establecer firmemente la república si escapas de las manos impías de tus parientes»; ante esta parte del recital Laelius lloró y los otros se lamentaron amargamente, pero Scipio, sonriendo, dijo: «Te ruego no me despiertes de mi sueño; permanece un poco en paz y escucha el resto». «Pero, oh Africano, para que puedas ser el más entregado al bienestar de la república, escucha bien: para todos los que han guardado, animado y ayudado a su patria, hay asignado un lugar particular en el cielo, en donde los bendecidos gozarán de vida permanente. Pues nada sobre la tierra es más aceptable a la deidad suprema que reina sobre todo el universo, que las uniones y combinaciones de hombres unidos bajo la ley a las que llamamos estados; por tanto los gobernantes y conservadores proceden de ese lugar y a él retornan después». En ese punto, aunque estaba totalmente aterrado, no tanto por el miedo a la muerte como por la traición de mis parientes, quise saber si él mismo estaba vivo realmente, y mi padre Paulus y otros a quienes creíamos aniquilados. «Sí», contestó. «En verdad siguen vivos los que se han líberado de las ataduras del cuerpo como de una prisión: ¡Pues lo que llamáis vida no es en realidad sino muerte! ¿No ves a tu padre Paulus que viene hacia ti?» Ante esa visión rompí en un mar de lágrimas: él, por su parte, me abrazó y besó y me prohibió llorar; luego, cuando mis lágrimas cesaron, y pude hablar, dije: «Te ruego me digas, reverenciadísimo y Excelentísimo padre: puesto que eso es la vida, como he oído decir al Africano, ¿por qué permanezco en la tierra? ¿Por qué no me precipito a ir contigo? «No puede ser», contestó él, «pues a menos que la Deidad que es el Señor de este universo que tú habitas, te libere de la prisión de tu cuerpo, aproximándose aquí, no puedes venir. Pues hombres han nacido bajo esta ley para ser fieles guardianes de ese Globo que ves en el medio de este universo y que es llamado la Tierra: y un alma se les ha dado de aquellos fuegos Sempiternos a los que tú llamas estrellas y constelaciones; siendo estos cuerpos esféricos y globulares, animados con almas divinas , prosiguen sus órbitas circulantes con maravillosa celeridad. Y por tanto, o Publius, por ti y por todas las personas piadosas, el alma será retenida en el mantenimiento del cuerpo: sin su orden, por quien se te ha dado ese alma, no podrás despedirte de la vida mortal, a menos que parezcas ser infiel al deber ante la humanidad que te ha sido asignado por la Deidad. Pero cultiva la justicia y la piedad, oh Scipio, siguiendo los pasos del Gran señor y de mí mismo, que te lo suplicamos. Estas cualidades, excelentes ya entre los padres y parientes. son todavía más nobles cuando se practican hacia el país de uno: esta vida es el camino al Cielo y a la reunión de aquellos que, habicndo vivido ya en la tierra, ahora, liberados del cuerpo, habitan este lugar que tú ves (esta esfera que brilla con la más resplandeciente luz entre las abrasadoras estrellas) y que, siguiendo a los griegos, llamáis la Vía Láctea. Desde este lugar todos los otros cuerpos aparecen ante mi vista muy brillantes y maravillosos. Además están las estrellas que no se ven nunca desde la tierra: y la magnitud de todas ellas es tal como nunca hemos sospechado: entre ellas contemplo la más pequeña que está en el punto más lejano al Cielo y más cercano a la Tierra, brillando con la luz prestada. Además, las esferas de las estrellas trascendieron mucho el tamaño de la Tierra. Así, la propia Tierra me parece ya pequeña, afligiéndome al pensar la pequeña parte de su superficie que en realidad ocuparnos.» Mientras yo proseguía mirando, El Africano siguió hablando: «¿Cuánto tiempo permanecerá tu mente clavada a la Tierra? ¿Contemplas el glorioso Templo al que has llegado’? Ahora sabes que el Universo se compone de nueve círculos», o más bien Esferas, todas unidas entre sí, una de las cuales es celestial, y la más lejana, que abarca a todas las demás, la Deidad suprema que conserva y gobierna a las otras. En esta esfera se realizan las revoluciones eternas de las Estrellas, y a ella están sometidas las siete esferas que giran hacia atrás con un movimiento contrario al de la Esfera Celeste. La primera (de las Siete) Esferas está ocupada por la Estrella que en la Tierra se llama Saturno. Luego viene la esfera de esa espléndida Estrella, saludable y afortunada para la raza humana, llamada Júpiter. Luego viene la Esfera Roja, terrible para la Tierra. a la que llamáis Marte. Bajo estas esferas, y casi en la región media, está situado el Sol, el Dirigente. Jefe y Gobernador de las otras Luces. la mente del Mundo y el principio organizador, de tan maravillosa magnitud que ilumina e impregna con su luz todas las partes del Universo. Las Esferas de Venus y Mercurio siguen al Sol en sus respectivos cursos como compañeras suyas. En la Esfera inferior la Luna gira iluminada por los rayos del sol. Bajo ésta en verdad no existe nada que no esté sometido a la muerte y decadencia, salvo las Almas, que por donación de los Dioses han sido entregadas a la raza humana. Por encima de la Luna todas las cosas son eternas, pero la Esfera de la Tierra, que ocupa un lugar medio y es la novena, no se mueve: es la más baja y a ella son atraídos todos los cuerpos por su propia gravedad.» Cuando me hube recuperado de mi asombro ante la visión de todas aquellas cosas, pregunté: «¿Qué es esa dulce y maravillosa melodía que llena mis oídos?» «Eso», respondió él, «es esa armonía que, afectada por la combinación de intervalos irregulares, y sin embargo en armoníosas proporciones y separados así con razones, se debe al impulso y movimiento de las propias esferas: la luz combinada con los tonos más graves; los diversos sonidos, que uniformemente hacen una gran sinfonía. Pues no con silencio pueden hacerse esos movimientos hacia adelante, y la Naturaleza nos lleva a la conclusión de que los extremos dan una nota baja en un lado y una alta en el otro. Así la esfera celestial cuyo curso estelar es más rápido da un sonido alto y agudo; siendo el tono más grave el de la esfera lunar, que es inferior; pero la Tierra, la novena esfera, permanece inmóvil, siempre fija en la sede inferior en el lugar medio del Universo. Además, los movimientos de estas ocho esferas que están por encima de la tierra, y de las que la fuerza de dos es la misma, producen siete sonidos apoyados en intervalos regulares; cuyo número es el principio conector de casi todas las otras cosas. Hombres Instruidos, habiendo imitado este misterio divino con instrumentos de cuerdas y armonías vocales, se han ganado para sí mismos el regreso a este lugar al igual que otros que, dotados de una sabiduría superior, han cultivado las ciencias divinas incluso en la vida humana.» «Ahora los oídos de los hombres se han vuelto sordos a esta melodia; no hay en vosotros un sentido más apagado. Lo mismo que en ese lugar que se llama Catatdupa, en donde el Nilo cae desde las altas montañas, las gentes que allí viven han perdido el sentido del oído por la magnitud del sonido, así ciertamente, un tremendo volumen de sonido surge de la rápida revolución de todo el Cosmos, pero los oídos humanos no son capaces de recibirlo, del mismo modo que sois incapaces de mirar directamente al Sol, cuyos rayos ciegan y vencen los sentidos.» Maravillado ante estas cosas, mis ojos volvían a menudo hacia la Tierra. Entonces dijo El Africano: «Percibo que incluso ahora miras al lugar y morada de los mortales. Pero si a ti te parece tan pequeña, como ciertamente lo es, así vista, afánate por estas cosas celestes y estima menos las de la tierra. Pues la gloria o renombre realmente dignos de ser buscados no derivan de las bocas de los hombres. Tú ves que la Tierra está habitada en esparcidos lugares confinados dentro de estrechos límites, siendo esas regiones habitadas simples motas sobre su superficie con vastas zonas salvajes entre medio: y los que habitan la Tierra no sólo están separados así, pues ninguna comunicación es posible entre ellos del uno al otro, pues ocupan posiciones en parte oblicuas, en parte transversales, en parte opuestas a las vuestras; de éstos seguro que no puedes esperar gloria. También percibirás que esta misma tierra está, por así decirlo, circunscrita y circundada por zonas, dos de las cuales, las más separadas y situadas a cada extremo bajo los mismos polos del cielo, están heladas como puedes ver: mientras la zona media, la más grande, se quema con el calor del Sol. Dos zonas son habitables, una de las cuales está hacia el Sur, y aquellos que allí habitan ponen sus pies opuestamente a vosotros, y nada tienen que ver con vuestra raza. En cuanto a la otra zona que habitáis, y que está sometida al viento del Norte, mira qué parte tan pequeña tiene que ver con vosotros: pues toda la superficie habitada por tu raza, limitada hacia los polos y más ancha lateralmente, sólo es una pequeña isla rodeada por el mar, al que llamáis en la Tierra el Atlántico, el Gran Mar o el Océano. Pero, a pesar de ese nombre, es tan pequeño como tú puedes ver. ¿Cómo es posible entonces que desde esos países conocidos y cultivados, tu nombre o el de cualquiera de los nuestros, pueda cruzar esas montañas caucásicas, que tú ves, o pasar más allá del Gánges? ¿Quiénes, en las partes restantes del Oriente, en las regiones más profundas del errabundo Sol, bien en los Climas del Norte o del Sur, oirán tu nombre? Entonces, descartadas esas partes, percibes dentro de qué estrechos límites trata de extenderse tu gloria; ¿y por cuánto tiempo, incluso, aquellos que cantan tus alabanzas seguirán haciéndolo? «Pues aunque generaciones desde aquí a la posteridad trataran de perpetuar la fama de alguien de nosotros pasada de padre a hijo, no obstante, por causa del fuego y la inundación, que inevitablemente sucederán en períodos fijos del tiempo, seremos incapaces de alcanzar renombre duradero, y menos aún gloria eterna. ¿Qué importancia, además, las cosas a ti concernientes tendrán para los que nazcan después, cuando no quede vivo nada de lo que existió antes? Más especialmente, cuando de esos mismos hombres que van a venir, ninguno sea capaz de recordar los acontecimientos de un solo año. Ahora, de acuerdo con una costumbre común, los hombres suelen medir el año simplemente por el retorno del Sol o, dicho de otro modo, por la revolución de una estrella. Pero cuando todas las constelaciones retornen a las Posiciones originales de las que una vez partieron, restaurando así a largos intervalos la configuración original de los Cielos, entonces puede, hablarse verdaderamente del «Gran Año», dentro de cuyo período apenas me atrevo a decir cuántas generaciones de hombres están comprendidas. Pues así como en el tiempo pasado, cuando el Alma de Rómulo entró en estas moradas sangradas, el Sol parecía fallar y extinguirse, así cuando el Sol de nuevo falle en la misma posición y al mismo tiempo, entonces, cuando los Signos del Zodíaco hayan regresado a su posición original, y las Estrellas sean llamadas, el ciclo del Gran Año se habrá cumplido; de este enorme período de tiempo, has de saber que ni una veinteava parte ha transcurrido todavía. «.Y por tanto, si tú desesperas de un rápido retorno a este cuarto, en donde todas las cosas están preparadas para grandes y excelentes hombres, concibe qué valor tiene la gloria humana, que apenas puede soportar la más pequena parte de un ciclo. Pero si miras hacia lo alto y fijas tu mirada en este estado y en tu casa eterna, no prestarás atención a la charla vulgar, ni pennitirás que tus actos sean influidos por la esperanza de recompensas humanas. La verdadera virtud ha de conducir por sí misma a la gloria real. Deja que los demás se preocupen de averiguar lo que pueden decir de ti: pues está fuera de toda duda que hablarán de ti. La fama humana está totalmente restringida dentro de estos estrechos límites que tú ves, y nunca en ningún tiempo ha ganado nadie renombre inmortal, pues eso es imposible por causa del aniquilamiento de los hombres y el olvido de la posteridad. Entonces dije yo: «Oh Africano, si es cierto que quienes han hecho merecimientos ante su país tienen, por así decirlo, un Camino abierto al Cielo -aunque por mi juventud he seguido los pasos tuyos y de mi padre, y nunca empañé tu gran renombre- ahora, con tan gran perspectiva ante mí, me esforzaré con mayor atención.» «Afánate», dijo él, «con la seguridad de que no eres tú quien está sometido a la muerte, sino tu cuerpo. Pues tú no eres lo que esa forma parece ser, pues el hombre real es el principio pensante de cada uno, no la forma corporal que se puede señalar con el dedo. Que sepas pues, entonces, que tú eres un Dios. en tanto en cuanto es Deidad lo que tiene voluntad. sensación, memoria, previsión, y quien así gobierna, regula y mueve el cuerpo entregado a su cargo, así como la Deidad suprema hace con el Universo, y como el Dios Eterno dirige este Universo que en cierto grado está sometido a decadencia, así un Alma sempiterna mueve el frágil cuerpo. »Ahora bien, lo que está siempre en movimiento es eterno, mientras que lo que sólo comunica movimiento, habiendo sido puesto en movimiento por otra causa, cesará necesariamente de moverse cuando se retire el impulso motor. De acuerdo con ello sólo lo que se mueve espontáneamente, porque es siempre todo en sí mismo, nunca cesa realmente de moverse, y es además la fuente del movimiento en todas las cosas. Ahora bien, una causa primaria no deriva de ninguna otra causa-, pues de ahí proceden todas las cosas, y no de otra cosa. Lo que surge de algo más no puede ser causa primaria, y si ésta no tuvo un comienzo, tampoco tendrá nunca un fin. Pues una vez destruida la causa primordial, ni podría ser generada de nuevo de ninguna otra cosa ni podría producir nada más: pues todas las cosas deben proceder necesariamente de la causa primordial. Este principio eterno del Movimiento completo surge de lo que es movido por sí mismo y de sí mismo, y por tanto no puede nacer o perecer; o de otro modo por necesidad todos los cielos colapsarían, y toda la Naturaleza se detendría, incapaz ya de obtener el impulso que la puso en movimiento. »Puesto que, de acuerdo con ello, es manifiesto que es eterno lo que se mueve por sí mismo, ¿quién negará que este principio eterno es un atributo natural de las almas? Pues todo lo que es movido por un impulso externo es inanimado: en cambio, lo que se energiza desde su interior es verdaderamente animado, y esta es la operación peculiar del Alma. Entonces, si el Alma es lo que está por encima de todo, lo que es el propio motivo. ciertamente no nace, sino que es eterna. Ejerce, por tanto, esta alma tuya en las cosas más nobles: la solicitud y el cuidado por el bienestar del propio país son las mejores: pues animada y controlada por esos sentimientos, el alma pasa más rápidamente a esta esfera: su verdadero hogar. Y ello se puede conseguir más rápidamente si, estando aprisionada en el cuerpo, se eleva por encima de las limitaciones terrenas y, mediante la contemplación de las cosas que están más allá del cuerpo, se abstrae en el mayor grado de su tabernáculo terrenal. »Pues las Almas de los hombres que se han entregado a los deseos del cuerpo, y de las mujeres que, como instigadoras, se han entregado a sí mismas, y por el impulso de las pasiones obedientes a la gratificación sensual, han violado las leyes de Dios y del Hombre, una vez liberadas del cuerpo, siguen girando en este mundo, y esas Almas torturadas no volverán a este lugar, salvo después de muchos siglos.» Aquí dejó de hablar, y yo desperté de mi sueño
07 jueves Abr 2016
Posted de científicxs, filosofxs
inPublicado por: Javier Santamaría.
Soñante: August Kekulé
Fuente: Pérez, Guillermo. El sueño lúcido: cómo mejorar su vida mientras duerme. Librosenred.com
Sueño:
El caso más famoso de inspiración en sueños es el del químico alemán August Kekulé (1829-96) cuando, en 1890, afirmó públicamente ante la Sociedad Química Alemana que su descubrimiento de la estructura molecular del benceno, de enorme importancia para la Química Orgánica, había tenido lugar gracias a un sueño. Así lo describió el propio Kekulé: “Yo estaba sentado allí y escribía mi libro, pero no avanzaba, mi mente estaba en otra parte. Volví la silla hacia la chimenea y me quedé medio dormido. Nuevamente los átomos describieron cabriolas delante de mis ojos. Esta vez, grupos más pequeños se mantenían modestamente en segundo plano. Los ojos de mi mente, acostumbrados a las visiones repetidas de un tipo similar, distinguían ahora formaciones de mayor tamaño de formas diversas. Largas hileras, más densamente unidas de muchos modos; todas estaban en movimiento, enroscándose y retrocediéndose como serpientes. Y de pronto, ¿qué era eso? Una serpiente se cogía su propia cola, y la imagen remolineaba burlonamente delante de mis ojos. Como sacudido por un rayo, me desperté; esta vez volví a pasar el resto de la noche trabajando sobre las consecuencias”.
Comentario: En este sueño es eminentemente moderno, pues no hay mensajes divinos que intenten avistar o comunicar algo, es decir, no se revela el futuro en las imágenes oníricas; pero a partir de la modernidad encontramos que los sueños puede ser creativos e incluso pueden «resolver problemas», como en el caso de Kekulé, quien encuentra la estructura del benceno, aunque no tampoco fue tan clara la revelación, pues se hace uso de una imagen alegórica que debía ser interpretada; pero podemos ver que la imagen presentado en el sueño se muestra ad hoc a lo que Kekulé buscaba, como si se tratara de un deseo que se le revela en el sueño.