Publicado por Diego Vázquez
Soñante: Polífilo
Fuente: Francesco Colonna en voz de Polífilo en el Sueño de Polífilo
Fecha: Mayo de 1467
De nuevo, bajo la sombra de la encina, la anchurosa opacidad de cuyas ramas era muy atractiva, fui preso de un gran sueño y, habiéndose esparcido por mis miembros un dulce sopor, me pareció que me dormía otra vez.
[III]
POLÌFILO CUENTA AQUÌ QUE LE PARECIÒ DORMIRSE DE NUEVO Y SE ENCONTRÒ EN SUEÑOS EN UN VALLE CUYO EXTREMO ESTABA ADMIRABLEMENTE CERRADO CON UNA PORTENTOSA PIRÀMIDE DIGNA DE ADMIRACIÒN, QUE TENÌA UN ALTO OBELISCO ENCIMA. Y QUE EXAMINÒ ESTAS DOS COSAS SUTILMENTE, CON CUIDADO Y PLACER.
Salido de la espantosa selva y del espeso bosque, y habiendo abandonado los otros lugares a que primero me referí, con el dulce sueño que se había difundido por mis fatigados y abatidos miembros, me encontré de nuevo en otro lugar, pero más agradable que el anterior. No estaba rodeado de montes ásperos y rocas salientes, ni interrumpido por riscos y zarzales, sino, con gran armonía, rodeado de colinas de altura moderada, cubiertas de jóvenes encinillas, de robles, fresnos, abedules y encinas frondosas y tiernos avellanos y alisos y tilos y arces y acebuches, dispuestos según la altura de las colinas. Y en la llanura había gratos bosquecillos de otros arbustos silvestres, y floridas retamas y diversas clases de hierbas muy verdes. Aquí vi cítisos, carrizos, cerintas, panaceas almizcladas, floridos ranúnculos, hierbas de ciervo y rudas, y otras varias hierbas y flores igualmente nobles y muchas otras útiles y desconocidas, esparcidas por los prados. Toda esta alegre región se ofrecía abundantemente adornada de verdor. Luego, un poco más allá de su mitad, encontré una playa de arena y guijarros sembrada dispersamente de algunos matojos de hierba. Aquí se presentó a mis ojos un alegre palmeral, con las hojas apuntadas y lanceoladas de tanta utilidad para los egipcios, con gran abundancia de su dulcísimo fruto. Las palmeras, cargadas de racimos, eran de distintos tamaños: algunas pequeñas, muchas medianas y otras rectas y altas, símbolo elegido para representar la victoria por la resistencia que ofrecen al peso agobiante. Tampoco en este lugar encontré habitantes ni animal alguno; pero, paseando solitario entre las hermosísimas palmeras, que no estaban apiñadas, sino guardando intervalos entre sí, pensando que las de Arquelaida, Fasélida y Libia tal vez no se podían comparar con éstas, he aquí que se me presentó por la derecha un hambriento y carnívoro lobo con la boca llena. Su vista hizo que se me erizaran los cabellos al instante y, aun que quería gritar, no tenía voz. Pero él huyó súbitamente.
Y yo, habiéndome repuesto un tanto, levantando los ojos hacia la parte donde las colinas parecían juntarse, vi a lo lejos una increíble altura en forma de torre o de altísima atalaya y una gran construcción que, aunque todavía aparecía imperfectamente, semejaba obra y estructura antigua. Los graciosos montículos del valle se elevaban cada vez más en la dirección de este edificio y los veía unidos con él, que cerraba el espacio entre dos de ellos. Y estimando aquello muy digno de ser visto, emprendí hacia allí el camino sin tardanza y, cuanto más me aproximaba, tanto más descubría que era obra ingente y magnífica y se multiplicaba mi deseo de admirarla, aunque ya no me parecía elevada atalaya, sino tal vez un altísimo obelisco erigido sobre un enorme montón de piedras.
Su altura excedía sin comparación las cimas de los montes que la rodeaban y la de cualquier monte célebre que haya existido, sea el Olimpo, el Cáucaso o el Cileno. Cuando llegué ávido a este lugar desierto, embargado por el indecible placer de poder contemplar libremente tan gran atrevimiento de la arquitectura y la inmensidad de la construcción y su maravillosa altura, me detuve a mirar y considerar todo el volumen y el grosor de esta fragmentada y medio destruida estructura de cándido mármol de Paros. Sus sillares cúbicos y rectangulares estaban unidos sin cemento y dispuestos y colocados con perfecta igualdad, tan pulidos y señalados de rojo sus bordes que nada más perfecto podría haberse hecho, en tanto que entre las junturas no habría podido penetrar el objeto más sutil y afilado. Allí encontré columnas tan nobles, de toda clase de formas, lineamentos y materias, como no cabe imaginar, unas rotas y otras preservadas intactas en su sitio, con capiteles y arquitrabes de eximia invención y arduo trabajo de escultura; cornisas, zóforos o frisos, arquitrabes curvos, grandes fragmentos de estatuas privadas de los broncíneos y perfectos miembros; nichos, y conchas y vasos de piedra númida, y de pórfido y de distintos mármoles, grandes pilas, acueductos y otros casi infinitos fragmentos de noble escultura, cuyo primitivo estado era prácticamente imposible reconstruir en su integridad, casi reducidos como estaban a su materia primitiva apenas desbastada, caídos y esparcidos por el suelo aquí y allá.
Sobre estas destrozadas ruinas y entre ellas, habían crecido muchas hierbas silvestres, principalmente el altramuz, difícil de romper, con sus semillas en forma de habichuela, y las dos clases de lentisco y la garra de oso y el cinocéfalo y la asafétida y la clemátide y la rubia centáurea y muchas otras de las que suelen germinar en las ruinas y en los rotos muros muchas hierbas, y la colgante cimbalaria y pequeños arbustos de punzantes zarzas. Entre ellas reptaban algunos grandes lagartos, y muchas veces también sobre los muros cubiertos de arbustos en aquellos desiertos y silenciosos lugares, asustándome al principio no poco, porque estaba muy nervioso. En muchos lugares había fragmentos de superficie curva de ofita y de pórfido y de color de coral y de otros muchos tonos agradables y pedazos de figuras de bulto redondo y en mediorrelieve, indicando su excelencia y declarando, sin hacer injusticia a nuestra época, que aquellos antiguos habían alcanzado la perfección en tal arte. Cuando me hube aproximado a la parte central del frente de la grande y notable obra, vi una puerta intacta, admirable y conspicua, proporcionada al resto del edificio, situado entre uno y otro de los montes rotos, cuya dimensión podía conjeturarse a ojo que era de seis estadios y veinte pasos.
Las laderas de estos montes estaban igualadas perpendicularmente desde la cima hasta el pie, lo cual me tuvo muy pensativo sobre qué clase de instrumentos férreos y con qué fatiga y número de brazos de hombres fue realizado, con semejante vigor, tal y tan grande artificio, increíblemente trabajoso y que debió de suponer un inmenso gasto de tiempo. Aquí, como digo, esta admirable construcción se unía, con calculada adhesión, a uno y otro monte, y por esta unión se cerraba el valle, de modo que nadie podía salir de él y tenía que retroceder o entrar por la puerta abierta. Sobre esta ingente obra de fábrica, cuya altura desde su coronamiento hasta la base o estereóbato calculé que podía ser perfectamente de un quinto de estadio, se alzaba una pirámide en forma de punta de diamante, que era portentosa. Al verla pensé razonablemente que nunca se pudo concebir y levantar tan increíble artefacto sin inconmensurable gasto de dinero y tiempo y una enorme multitud de hombres. Por lo que, sí yo consideraba imposible juzgar su inmensidad, que era tal que al mirarla se fatigaba la vista y se obnubilaban los demás sentidos, ¿cuánto más difícil y agotador no habría sido construirla? Ahora trataré de describirlo todo brevemente de la mejor manera de que sea capaz mi inteligencia.
Cada una de las caras del perímetro del plinto situado bajo el arranque de las gradas de la admirable pirámide colocada sobre el edificio que antes mencioné, medía seis estadios de longitud, que multiplicados por los cuatro lados dan veinticuatro estadios, dimensión de todo el perímetro del plinto. En cuanto a la altura, trazando desde cada ángulo las líneas con la misma medida que la línea inferior del plinto y reuniéndolas convenientemente en el vértice superior, constituían la figura piramidal perfecta: la perpendicular sobre el centro de las diagonales del plinto medía cinco sextos de las líneas ascendentes.
Esta inmensa y terrible pirámide se alzaba a punta de diamante en gradas de admirable y exquisita simetría y tenía mil cuatrocientos diez escalones, menos diez de ellos destinados a terminar la punta. En lugar de éstos estaba situado un maravilloso cubo sólido y estable de monstruosa magnitud, inverosímilmente colocado a semejante altura, de la misma piedra de Paros que las gradas, que era basa y soporte del obelisco. Esta desmesurada piedra, mayor que el disco arrojado por el Tídida, descendía en un perímetro de seis partes; dos en bajada y una en el plano de la parte superior, de una anchura de cuatro pasos de diámetro. En su cara superior se alzaban cuatro pies de arpía de metal fundido, con pelos y uñas en las zarpas, fijos y firmemente aplomados en los ángulos sobre las líneas diagonales, de una altura de dos pasos y una anchura proporcionada. Éstos, entrelazándose bellísimamente, fundidos con admirables follajes y frutos y flores de tamaño adecuado, formaban un anillo que unía el cubo a un gran obelisco. Sobre ellos se alzaba el obelisco, firmísimamente superpuesto. Su anchura era de dos pasos y su altura de siete, adelgazándose hacia la punta según las reglas del arte. Estaba hecho de granito rojo de Tebas y en sus caras había jeroglíficos egipcios notablemente esculpidos; y era liso, terso y lustroso como un espejo.
En su punta, sobrepuesta con gran habilidad y arte, descansaba una basa de oricalco en la que además había una máquina giratoria en forma de cupulilla fijada sobre un perno o eje que retenía la imagen de una ninfa, obra elegante de la materia antes mencionada, capaz de llenar de estupor a quien la miraba atentamente y con mirada insistente. Sus proporciones eran tan estudiadas que permitían verla de tamaño natural en el aire, mirándola desde abajo. Además del tamaño de aquella estatua, era cosa que llenaba de admiración considerar con qué atrevimiento había sido elevada y puesta en el aire a tanta altura. Su vestidura volante dejaba al descubierto parte de las carnosas pantorrillas y dos alas abiertas estaban aplicadas entre sus hombros, figurando el acto de volar. Su bellísima cara y mirada benévola estaban vueltas hacia las alas. Tenía el cabello situado en la frente, en trenzas que volaban libremente, y la parte del cráneo y la nuca calva y sin pelo; y sus cabellos se extendían en el sentido del vuelo. En su mano derecha, según se la miraba, sostenía una artística cornucopia llena de todos los bienes, vuelta hacia la tierra, y con la otra mano se apretaba el desnudo pecho. Esta estatua giraba fácilmente de un lado a otro según soplaba la brisa, con tal chirrido del roce de la vacía máquina metálica como nunca se oyó en el erario romano. Y donde sus pies rozaban el pedestal que tenían debajo, se producía un tintineo superior al de la campanilla de las termas de Adriano y al de aquella situada sobre las cinco pirámides. No creo de ninguna manera que este altísimo obelisco pueda compararse ni igualarse con ningún otro, ni siquiera con el vaticano, el alejandrino o los babilónicos. Tenía en sí tal acumulación de maravillas, que yo estaba absorto en su consideración, lleno de un estupor insensato, y sobre todo me maravillaba la inmensidad de la obra y la abundancia y la sutileza del fecundo y agudísimo ingenio y el gran cuidado y la exquisita diligencia del arquitecto, pues ¿con qué temeraria invención artística, con qué valor y fuerza humana y orden y gasto increíble, pudo elevar en el aire tal peso, rivalizando con el cielo? ¿Con qué palancas, con qué redondas poleas, con qué grúas y polispasios y otras máquinas tractoras y bien tramadas armaduras? Guarde silencio ante esta cualquier otra increíble y grandiosa construcción.
Volvamos, pues, a la vastísima pirámide, bajo la cual yacía un ingente y sólido plinto o basamento o prisma cuadrangular de catorce pasos de altura y seis estadios de extensión o longitud, sobre el que se alzaba el escalón inferior de la enorme pirámide. Yo pensaba que no había sido traído aquí por la industria humana, sino esculpido en el monte mismo por el trabajo de ésta, y reducida su gran mole a aquella figura y esquema en el mismo lugar. El resto de los escalones estaba hecho hábilmente con bloques de piedra.
Aquel inmenso prisma no se adhería a las montañas colaterales del valle, sino que a una y otra parte del plinto, a mi derecha, había sendos espacios vacíos de diez pasos cada uno. En su mitad estaba atrevida y perfectamente esculpida la cabeza con serpientes de la espantosa Medusa, figurada vociferante y gruñona como una furia, con los ojos terroríficos hundidos bajo las contraídas cejas y con la frente surcada de arrugas y la boca grande y completamente abierta. Esta boca estaba excavada por una calle recta y abovedada, que penetraba hasta el centro o hasta la línea media perpendicular trazada desde el vértice de la ostentosa pirámide, de la cual era amplísimo ingreso y entrada. A esta abertura de la boca se subía por sus enmarañados cabellos, realizados por el artífice con impensable sutileza del intelecto y el arte y derroche de imaginación, con tanta regularidad y perfecta adaptación, que hacían de perfectos escalones para subir a la boca abierta. Y en lugar de las crenchas rizadas como zarcillos, veía con admiración que las víboras y retorcidas serpientes, con vivaces e ingentes espirales, se enrollaban en torno a la monstruosa cabeza confusamente, formando magníficos tirabuzones. El rostro y las pendencieras serpientes escamosas estaban figurados con trabajo tan perfecto, que me produjeron no poco horror y espanto; en sus ojos habían incrustado piedras duras muy relucientes, de modo que, si yo no hubiera estado seguro de que la materia era mármol, no me hubiera atrevido a aproximarme con tanta despreocupación.
La calle de que he hablado, esculpida dentro de la roca, conducía a una tortuosa escalera de caracol situada en el centro, por la que se subía a la altísima cima de la pirámide, a la superficie del cubo donde se alzaba el obelisco. Aparte de toda esta notable y maravillosa obra, juzgué excelentísimo que el antedicho caracol estuviera iluminado por todas partes claramente, ya que el ingenioso y agudísimo arquitecto había hecho astutamente algunas aberturas para la luz, con grande y exquisita invención, en tres partes, inferior, media y superior, que correspondían a la posición del sol en su curso: la inferior estaba iluminada por las aberturas de arriba, la superior por las de abajo; y algunos reflejos de luz iluminaban suficientemente las partes opuestas. Tan bien calculada fue la regla de la exquisita disposición del sabio matemático en las tres caras, oriental, meridional y occidental, que a cualquier hora del día la escalera estaba iluminada y clara, ya que las aberturas estaban establecidas y distribuidas en diversos lugares de la enorme pirámide aquí y allá simétricamente.
Llegué a la parte de la mencionada abertura de la boca subiendo por otra sólida y recta escalera que estaba excavada en la misma roca en el basamento inferior del edificio, a la parte derecha, al lado del monte cortado, donde estaba el intervalo de los diez pasos, subí por ella ciertamente con más curiosidad de la que tal vez era lícita. Cuando llegué finalmente al paso de la escalera a la boca, subiendo por innumerables escalones no sin gran esfuerzo y vértigo por la altísima escalera de caracol, mis ojos no soportaban mirar abajo y todas las cosas inferiores me parecían imperfectas. Y por esto no me atrevía a salir del centro. Y aquí, alrededor de la salida superior o final y abertura de la sinuosa escalera, estaban dispuestos y fijados en círculo muchos balaústres de metal en forma de huso de medio paso de altura y de un pie de intervalo de centro a centro. Estaban ceñidos por arriba con un remate ondulado, que daba la vuelta, del mismo metal. Estos husos rodeaban y cerraban el borde de la abertura y el vacío de la salida superior de la escalera, salvo en la parte por la que se salía a la superficie, de modo que ningún incauto se precipitara por el agujero de la sinuosa caverna, cosa fácil, ya que la desmesurada altura producía vértigo. Bajo la base del obelisco había fijada una tablilla de bronce con una antigua inscripción en caracteres nuestros, griegos y árabes que me hizo comprender que aquél estaba dedicado al Sol supremo. Incluso las medidas de toda la gran estructura estaban anotadas y descritas, y en el obelisco el nombre del arquitecto, en griego:
ΛΙΚΑΣ Ο ΛΙΒΥΚΟΣ ΑΙΘΟΔΟΜΟΣ ΟΡΘΟΣΕΝ ΜΕ
LICHAS LIBYCUS ARCHITECTVS ME EREXIT
Volvamos a la lastra o pedestal situado debajo de la pirámide, en cuyo frente vi la elegante y magnífica escultura de una cruel gigantomaquia a la que únicamente faltaba el soplo vital, relieve excelente de admirable trabajo, con tal movimiento y tanta vivacidad en sus magníficos cuerpos, que superaba todo lo que se puede contar. Lo fingido, émulo de la naturaleza, estaba expresado con tanta propiedad, que los ojos y los pies se fatigaban, corriendo ávidamente de una parte a otra. No de otro modo ocurría con los vividos caballos: unos estaban tendidos en el suelo, otros cayendo en su carrera; otros, heridos y golpeados, parecían despedirse de la agradable vida y, clavando penosamente los cascos sobre los cuerpos caídos, estaban furiosos y desbocados. En cuanto a los Gigantes, tras lanzar las armas arrojadizas, se abrazaban estrechamente unos con otros; algunos eran arrastrados con los pies enganchados en los estribos, otros pisoteados pesadamente bajo sus cuerpos, y algunos se caían de sus caballos heridos; otros, derribados, protegiéndose boca arriba con el escudo, luchaban; muchos llevaban corazas y cinturones de los que pendían espadas, algunas de ellas como las antiguas usadas por los persas, y múltiples instrumentos de aspecto mortífero. La mayor parte eran de infantería y luchaban confusamente con lanza y escudo; algunos llevaban loriga y casco, con la cimera decorada con insignias variadas; y otros iban desnudos, gritando con el corazón valeroso, dispuestos a morir; otros, con corazas adornadas con diversos y nobilísimos ornamentos militares. Muchos estaban representados gritando formidablemente; otros, con aire obstinado y furioso; otros, moribundos, con un silencio que expresaba el efecto de la naturaleza; y, por último, otros muertos, todos con múltiples y nunca vistas máquinas bélicas y mortíferas. Estaban de manifiesto los robustos miembros y los músculos hinchados y presentaban a los ojos la acción de los huesos y los huecos donde se estiraban los duros tendones. Esta lucha parecía tan espantosa y horrible, que se diría que el cruel Marte, poderoso con las armas, estaba presente allí, luchando con Porfirión y Alcioneo, y venía a la memoria la fuga que emprendieron al oír el rebuzno del asno. Todas estas imágenes eran de tamaño y altura superiores al natural y destacaban perfectamente. El relieve de la talla era de clarísimo mármol resplandeciente y el plano del fondo de piedra negrísima, introducido para mayor belleza y gracia de la piedra blanca y para destacar la obra escultórica. En resumen, había aquí infinitos cuerpos magníficos, esfuerzos supremos, actos violentos, atavíos militares y diversas clases de muertes y una victoria incierta. Ay de mí, el espíritu exhausto, la inteligencia confundida y los sentidos obnubilados por tanta variedad son incapaces no sólo de narrar el conjunto, sino de expresar cabalmente una sola parte de tan perfecta obra de escultura.
Contexto:
Es este el inicio del segundo sueño inscrito en el primer sueño de Polífilo. Es evidente que el escenario cambia respecto al anterior en el cual tanto el paisaje como la situación hacían del sueño una entrada en el mundo hostil onírico. Tras el abandono de la salvación, Polífilo renuncia a la fastidiosa vida cayendo en este segundo momento.
Interpretación:
¿Dónde nació tanta audacia y tan ardiente deseo de juntar y amontonar piedras en semejante montón, cúmulo y altura? ¿Y con qué medio de transporte, con qué porteadores, con qué carros, con qué ruedas fue arrastrada tal cantidad de piedras? ¿Y sobre qué base fueron reunidas y apiladas? ¿Y sobre qué cimientos fueron erigidos el altísimo obelisco y la inmensa pirámide? Jamás Dinócrates se mostró más pretencioso ni propuso a Alejandro Magno semejantes medidas para su altísima invención en el Monte Athos. Porque esta amplísima estructura sobrepasa sin duda la insolencia egipcia y supera los maravillosos laberintos. Calle Lemnos, enmudezcan los teatros, no se le iguale el alabado mausoleo, porque esta obra sin duda no fue conocida por el que describió los siete milagros o maravillas del mundo, ni nunca en siglo alguno se vio ni imaginó cosa semejante, ante la cual hay que guardar silencio incluso sobre el admirable sepulcro de Niño. Por último, consideraba atentamente qué opuesta y obstinada resistencia tendrían que ejercer las bóvedas inferiores para sostener y soportar tanta pesadez y peso tan intolerable o qué clase de pilares hexagonales o tetragonales o qué columnas enanas de sostén habría debajo. Por esa consideración, juzgué razonable pensar que o bien todo formaba parte de la masa del monte mismo, o bien que estaba constituido por una mezcla de hormigón y cascajo y gruesas piedras.
Comentario:
La interpretación –que parece más una reflexión técnica- que hace Polífilo de lo que presenció es todavía narrado dentro del sueño. Parece ser que Polífilo conoce las dimensiones en las que se encuentra e, incluso, puede distinguir momentos en los cuales subdivide su sueño haciendo de él casi un fragmentado o una relación de sueños diversos.
El sueño como producto literario del cuattrocento italiano cumple con ser una enciclopedia del conocimiento sobre la arquitectura y escultura de la época. Hay, en la narración, un claro exaltamiento de la producción arquitectónica que rige el discurso de la época. Escrito por la escuela neoplatónica florentina, el Sueño de Polífilo refleja en este capítulo un amplio conocimiento de la tradición clásica y del pensamiento semiótico y científico.
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LICHAS LIBYCUS ARCHITECTVS ME EREXIT»
Fuente:
Colonna, F. (1999). Sueño de Polífilo. (P. Pedraza, Trad.) Barcelona: El Acantilado.
!['Guarde silencio ante esta cualquier otra increíble y grandiosa construcción'](https://narcosismagica.wordpress.com/wp-content/uploads/2015/11/captura-de-pantalla-64.png?w=177&h=300)
‘Guarde silencio ante esta cualquier otra increíble y grandiosa construcción’